La última película del célebre director estadounidense es, sobre toda otra consideración, un canto de amor al cine. Buceando en su propia biografía, Spielberg despliega durante dos horas y media un retrato intimista de la mirada como medio capaz de transfigurar la realidad. En efecto, aun cuando pudiese parecer que sólo estamos ante un relato autobiográfico del sendero que lo llevó a la realización de su sueño de infancia, creo que el verdadero núcleo de esta cinta es mostrar que sólo saber mirar nos puede hacer capaces (quizá de un modo tan único como imprescindible), de desvelar la tenue cortina que separa la realidad de aquello que somos capaces de entender de y en ella. En ese sentido, creo que es muy revelador que se preste una mimada atención al carácter artesanal del cine, en especial en estos tiempos de fascinación por los efectos especiales en detrimento de las buenas historias.